domingo, 1 de septiembre de 2013

Jet lag

Esta mañana volvió a despertarse temprano. Segundo día con el desajuste horario que no le permitía dormir más tarde de las seis.
Preparó un té.
Y en la cocina, con las ventanas del vecindario en sombra, tuvo una conversación.
No recordaba ya cuántos meses habían pasado desde que le imaginara sentado enfrente contándole sus cosas por última vez. Pero en ese momento se le apareció. Y ella le habló sobre su viaje a China, y la convicción de que la civilización occidental estaba en retirada, pertenecía al pasado como al pasado pertenecía ella misma, y de cómo el futuro estaba en manos de otras generaciones entre las cuales ya no se encontraba más, y estaba en otros puntos del planeta, lo que le provocaba tanta nostalgia como excitación.
Veía a Raúl escuchando interesado y se extendió algo más, comparando las antiguas maneras de los chinos en tiempos del emperador: la ópera, el paisaje, la entrega confucionista… y lo que ocurría ahora. La China atenazada durante tantos siglos, que desde sólo unas décadas emergía con brutalidad: nuevos ricos ansiosos, picaresca, falta de escrúpulos, de sensibilidad…
Y él enfrente templado, como siempre.
Después de un rato fue al quid de la cuestión. Le preguntó por sus propias vacaciones, su vida, su trabajo, por su casa, su madre y por todo lo que se le ocurrió.
Y ella también le escuchó muy complacida.
Al final de la charla le confesó que se sentía contenta de verle bien y de que su felicidad no tuviera que ver nada con ella, pues ya no estaba en condiciones de poder darle más. Sus problemas de salud, la fuerza escasa que sólo le alcanzaba para mantenerla como una crisálida, sin agitaciones y sin ninguna complicación.
Apuró el té y se despidió tranquila.