Esta mañana volvió a despertarse temprano. Segundo día con
el desajuste horario que no le permitía dormir más tarde de las seis.
Preparó un té.
Y en la cocina, con las ventanas del vecindario en sombra,
tuvo una conversación.
No recordaba ya cuántos meses habían pasado desde que le
imaginara sentado enfrente contándole sus cosas por última vez. Pero en ese
momento se le apareció. Y ella le habló sobre su viaje a China, y la convicción
de que la civilización occidental estaba en retirada, pertenecía al pasado como
al pasado pertenecía ella misma, y de cómo el futuro estaba en manos de otras
generaciones entre las cuales ya no se encontraba más, y estaba en otros puntos
del planeta, lo que le provocaba tanta nostalgia como excitación.
Veía a Raúl escuchando interesado y se extendió algo más,
comparando las antiguas maneras de los chinos en tiempos del emperador: la
ópera, el paisaje, la entrega confucionista… y lo que ocurría ahora. La China
atenazada durante tantos siglos, que desde sólo unas décadas emergía con
brutalidad: nuevos ricos ansiosos, picaresca, falta de escrúpulos, de sensibilidad…
Y él enfrente templado, como siempre.
Después de un rato fue al quid de la cuestión. Le preguntó
por sus propias vacaciones, su vida, su trabajo, por su casa, su madre y por
todo lo que se le ocurrió.
Y ella también le escuchó muy complacida.
Al final de la charla le confesó que se sentía contenta de
verle bien y de que su felicidad no tuviera que ver nada con ella, pues ya no
estaba en condiciones de poder darle más. Sus problemas de salud, la fuerza
escasa que sólo le alcanzaba para mantenerla como una crisálida, sin
agitaciones y sin ninguna complicación.
Apuró el té y se despidió tranquila.