lunes, 11 de marzo de 2013

No hay descanso

De los dieciocho a los veintitrés la siesta como un santo enterramiento
dulce y gelatinosa los veranos
la única indolencia en aquel año de prisión
y, de repente, como una jauría
con tantas voces dándose codazos dentro de mi cabeza
pugnando por quitarse la mordaza
pero yo no quiero oír.
Vuelvo a acordarme de tus ojeras grises arrebatadoras
de tus noches en vela cuando te despertaba la llamada del muecín.
Y ves en mis escrúpulos ordenándolo todo
estrategias para huir
de este insondable interior emborronado
ilícito
amputado
bulímico y malsano.
No puedo permitir que sepas todo eso de mi.
 
Foto de Ana Laura Aláez.



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