Un fin de semana al año los Sierra se juntaban para celebrar
el cumpleaños de su predecesor. La mayoría asistíamos. Se desmarcaba el sector
desarraigado, los que ponían kilómetros de excusas, o los que no tenían la nariz
con surco en medio ni carácter trapichero, alianza hereditaria que nos unía más.
El abuelo hace años que no está. Y nadie lo menciona, pero llega el buen tiempo
y acabamos puntualmente en el lugar.
En algún momento siempre se habla de la tierra, se saca
algún objeto memorable que todos manoseamos con veneración, y se aprende un
mito nuevo. El de este año: la marca de un tiro en el centro del cero del monolito con el kilómetro
20 en el Alto de la Varga y cómo se originó.
Se da la bienvenida a nuevas caras y se amplían dependencias
recortando el jardín. Hay más enanos de cemento en la hierba, cuadros de punto
de cruz en las paredes y sobresaturación de objetos con el sello del Real
Madrid.
Primos tatuados, otros en Mercedes blancos, calvas
incipientes, otras prominentes, barrigas rotundas, músculo en los triunfantes, peroratas
incendiarias fruto de lo que comemos el
resto del año -recomiendo suprimir mass media de las dietas- y aquí paz y
después gloria hasta el próximo año, y que ojalá no haya imprevistos nefastos mientras
tanto por los que haya que quedar.
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