En ese coche había experimentado la libertad.
Después de su rodaje inolvidable, donde ella ni siquiera lo hubiera
sabido aún conducir, en esos años y sentada a ese volante fue transcurriendo parte
de su vida. Y así llevaba ciento noventa mil kilómetros.
Y nunca hasta la fecha le ha dejado tirada (después de
aquella vez en que aún no se imaginaba que el aceite también hay que cambiarlo
y no valía sólo con repostar…) ni le ha vuelto a alarmar con luces rojas, ni un
mal susto, ni nada que no sea seguridad.
Así que cuando este verano pasó Murcia, y después de
Alcantarilla se perdió, (-Por favor: ¿sabes cómo tengo que hacer para volver a
salir a la AP-7? -Coge esa valla de Laeru hasta el final y bla bla bla…-Laeru:
¿pero qué es laeru?-Pue Laeru, la fábrica de confitura y eso…) decidió internarse
en la Sierra de Espuña improvisando itinerarios porque dentro de su coche nada
le podía pasar, así no viera un alma a la redonda.
Para encontrarse a alguien mejor a sus alumnos en los pasos
de cebra, y pitarles enmascarada tras sus flamantes gafas, para que no supieran
qué pensar. Le gustaba mirarse con esas gafas por el retrovisor, el mismo que a
veces reflejaba al coche de detrás el gesto de su mano conminando “salta por
encima, cabrón”.
Viajes tranquilos, algunos más o menos intuidos, planificados
o con golpes de acción, como cuando súbitamente apareció el mar en El Rompido y
se lanzó a las dunas dando un salto, frenando en seco y sin detenerse ni a
aparcar.
Viajes lejanos o viajes a la vuelta de la esquina que
abrieron puertas a una nueva vida, sin atreverse ni a bajar la ventanilla de
puro nerviosismo, y a más de cuarenta grados allí dentro por haber estacionado
al sol, para llamar a su madre y confirmarle que la lectura del examen ante el
tribunal había terminado y que no tenía mala sensación.
Durante todo ese año su coche estuvo esperándola en la
puerta y casi nunca se movió. Pero era inexcusable darse un premio y llegar al
Pirineo, aunque fuera doce meses después, por ser ese el lugar con que soñaba cuando
todo era espartano en derredor.
Momentos buenos, por la ribera de su adorado Duero, y
momentos horribles por los pueblos industriales que bordean Madrid, cerrando tratos
para una mala gente. Momentos buenos, Sons and Daughters en el campo a volumen
veintitantos en horario de trabajo una tarde de abril, y momentos aún mejores
cuando el cd nunca quiso volver a resonar y así ella misma cantaba con más
fuerza y con más pena, escuchaba a Ángel Carmona hasta que en la Cuesta de la
Reina se perdía la señal y se sentía enérgica…
No está muy claro cuántas veces más volverá el Clío a Las
Matas cuando ella quiera cloro, ni cuántas empanadas más descansarán entre
bocado y bocado en el asiento de al lado, mientras acelera por llegar a otra
iglesia románica, porque a veces se le siente cansado y en cualquier momento
puede sugerir la extremaunción, pero sólo por lo que ya le ha dado, no puede
haber en el mundo un coche mejor.
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