jueves, 27 de diciembre de 2012

No sólo de gasoil viven los Clío

Tenía la costumbre de articular bodegones en el salpicadero con pequeños objetos que encontraba en sus sitios favoritos. Pero después de un tiempo las flores deslucían, no recordaba de qué playa eran las conchas y las cortezas con musgo se descomponían empolvándolo todo alrededor. Entonces se volvían naturalezas muertas y se hacía necesario sustituirlas con piezas de otro viaje.

En ese coche había experimentado la libertad.

Después de su rodaje inolvidable, donde ella ni siquiera lo hubiera sabido aún conducir, en esos años y sentada a ese volante fue transcurriendo parte de su vida. Y así llevaba ciento noventa mil kilómetros.

Y nunca hasta la fecha le ha dejado tirada (después de aquella vez en que aún no se imaginaba que el aceite también hay que cambiarlo y no valía sólo con repostar…) ni le ha vuelto a alarmar con luces rojas, ni un mal susto, ni nada que no sea seguridad.

Así que cuando este verano pasó Murcia, y después de Alcantarilla se perdió, (-Por favor: ¿sabes cómo tengo que hacer para volver a salir a la AP-7? -Coge esa valla de Laeru hasta el final y bla bla bla…-Laeru: ¿pero qué es laeru?-Pue Laeru, la fábrica de confitura y eso…) decidió internarse en la Sierra de Espuña improvisando itinerarios porque dentro de su coche nada le podía pasar, así no viera un alma a la redonda.
 


Para encontrarse a alguien mejor a sus alumnos en los pasos de cebra, y pitarles enmascarada tras sus flamantes gafas, para que no supieran qué pensar. Le gustaba mirarse con esas gafas por el retrovisor, el mismo que a veces reflejaba al coche de detrás el gesto de su mano conminando “salta por encima, cabrón”.

Viajes tranquilos, algunos más o menos intuidos, planificados o con golpes de acción, como cuando súbitamente apareció el mar en El Rompido y se lanzó a las dunas dando un salto, frenando en seco y sin detenerse ni a aparcar.

Viajes lejanos o viajes a la vuelta de la esquina que abrieron puertas a una nueva vida, sin atreverse ni a bajar la ventanilla de puro nerviosismo, y a más de cuarenta grados allí dentro por haber estacionado al sol, para llamar a su madre y confirmarle que la lectura del examen ante el tribunal había terminado y que no tenía mala sensación.

Durante todo ese año su coche estuvo esperándola en la puerta y casi nunca se movió. Pero era inexcusable darse un premio y llegar al Pirineo, aunque fuera doce meses después, por ser ese el lugar con que soñaba cuando todo era espartano en derredor.

Momentos buenos, por la ribera de su adorado Duero, y momentos horribles por los pueblos industriales que bordean Madrid, cerrando tratos para una mala gente. Momentos buenos, Sons and Daughters en el campo a volumen veintitantos en horario de trabajo una tarde de abril, y momentos aún mejores cuando el cd nunca quiso volver a resonar y así ella misma cantaba con más fuerza y con más pena, escuchaba a Ángel Carmona hasta que en la Cuesta de la Reina se perdía la señal y se sentía enérgica…

No está muy claro cuántas veces más volverá el Clío a Las Matas cuando ella quiera cloro, ni cuántas empanadas más descansarán entre bocado y bocado en el asiento de al lado, mientras acelera por llegar a otra iglesia románica, porque a veces se le siente cansado y en cualquier momento puede sugerir la extremaunción, pero sólo por lo que ya le ha dado, no puede haber en el mundo un coche mejor.  
 

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