que se empolva la cara para que los surcos malintencionados puedan percibirse más
que no descansa
que siempre está intrigando
que enrevesa
fornica
y ríe compulsivamente
y no deja de picotear.
Ese tiempo dichoso del final de los días conocidos
donde el aburrimiento es el arte más excelso
y se canta en falsete
y no se cesa un instante de jugar.
(No reconozco los días que me tocan
y con gusto los cambiara por trescientos años atrás).
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