miércoles, 8 de mayo de 2013

Ejercicio 3: Guión sobre la escena anterior

HABITACIÓN DE HOTEL - ANOCHECIENDO

Una mujer joven, de algo más de treinta años, pasa los dedos cuidadosamente sobre el cerco de la puerta abatible de un armario empotrado. Sus uñas, esmaltadas en un brillante rojo bermellón, contrastan con una pequeña mancha, también roja, pero reseca y oscura, adherida a una muesca en la madera. Tira del picaporte pero no consigue abrirla.
Las sombras de la  tarde van ganando terreno en la pared estucada, y el gris perla se está volviendo negro. La mujer se dirige al interruptor de la luz, para encenderlo.

Fuera de su habitación todo está en calma. No se oye ningún ruido. Tampoco dentro, sólo un leve chasquido cuando la luz empieza a iluminar, creciendo progresivamente en intensidad, hasta que múltiples haces cegadores se desparraman por todas direcciones y hacen que la mujer, que había levantado la vista hacia el techo blanquísimo de la habitación, reaccione cerrando los ojos bruscamente, deslumbrada.

En décimas de segundo baja su cabeza para encararse con la puerta del armario, y abre los ojos a la vez. Los perfiles vuelven a hacerse nítidos y ahora puede distinguir perfectamente la superficie pulida y rosada de la moldura del armario, en madera de ciprés, con una única tara, a la derecha del picaporte, la veta rehundida por un golpe seco y certero, sin astillas, y relleno de una especie de goterón pastoso.
Ahora su boca se tuerce ligeramente, en un gesto de leve repugnancia. Su nariz se ensancha mientras toma aire profundamente, contiene la respiración y concentra sus dos manos en el picaporte, cogiéndolo con fuerza, mientras se impulsa hacia atrás.

Los implacables rayos del halógeno, centelleando justamente sobre su cabeza, y el esfuerzo por abrir la puerta atascada, le han resaltado algunos brillos en la frente. Sus poros se dilatan. Sus pupilas crecen.
Al instante siguiente la mujer pierde el equilibrio y una gran fuerza se le viene encima, por lo que se tambalea. La puerta de madera se ha soltado por fin y un gran volumen, sin forma definida, sobreviene detrás. Del bulto se desprende algo largo y moldeado, como con vida propia, que se queda oscilando en uno de sus extremos, sin caer al suelo y sin soltarse del resto de la masa, amoratada y sucia.

Por fin vuelve la calma, y cuando todo deja de moverse se percibe claramente la forma de un brazo, pendiendo del cuerpo de un hombre de unos cuarenta años, doblado y aplastado, que recuerda a un edredón.
Foto de Lyndon Wade

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